Después de 423 años de haber sido
descubiertos, en lo que hoy conocemos como República Dominicana, vivimos
sumergidos en una miseria vergonzosa de la cual todos tenemos una cuota de
responsabilidad y consecuencia, en mayor o menor proporción. Durante este
trayecto nos ha tocado ser prácticamente de todo en términos económicos, sociales y
políticos, menos la suerte de ser un país donde los ciudadanos tengan por lo
menos la garantía de vivir con dignidad.
El pueblo dominicano no ha podido
superar los límites de la pobreza extrema, entre otras cosas, por la inequidad
y mal distribución de las riquezas. Destacando que el bienestar
tradicionalmente ha sido propiedad exclusiva de un reducido sector que cada vez
se hace más pequeño en detrimento de lo que conocemos como clase media, que en
términos reales no existe, y la clase más pobre que se mantiene en constante
crecimiento.
Sin lugar a dudas la retribución que
se asigna a los trabajadores, en sus distintos niveles, por la tarea u oficio
realizado y que conocemos como salario, juega un papel importante en el
porvenir de los pueblos, pues el desarrollo de un país está fundamentado
básicamente en el desarrollo de sus medios de producción, por lo que no debe
ser cuestionada la práctica de acumulación de riqueza, siempre que esta se haga
de manera lícita. Lo que si debemos criticar y combatir es que el desarrollo de
esos medios de producción no se traduzca en el bienestar de quienes los
construyen, los trabajadores. Sino todo lo contrario, ya que muchas empresas se
han convertido en máquinas reproductoras de miseria.
